Turismo rural en Galicia: una experiencia más allá del "culo del mundo"
- Carlos L. Ríos
- 30 abr
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 2 may
El otro día, un propietario de una casa rural en Galicia nos compartía una historia que resume, como pocas, los choques de perspectiva entre lo rural y lo urbano. Un matrimonio había reservado un fin de semana en su alojamiento. A su llegada —cuatro horas más tarde de lo previsto—, bajaron del coche con gesto serio, de pocos amigos. Lo primero que dijeron no fue “hola”, ni “gracias”, ni “qué paisaje tan bonito”. Fue: “Esto está en el culo del mundo”.
El dueño, con esa retranca que solo el rural gallego puede cultivar con tanta precisión, respondió sin alzar la voz: “Perdón, pero los que viven en el culo del mundo de mi casa rural… son ustedes.”
Una respuesta sencilla, pero profundamente reveladora. ¿Qué significa, en realidad, estar en “el culo del mundo”? ¿Y qué cree la gente que encontrará cuando reserva “una experiencia rural”?

Experiencia rural en Galicia: cuando el mapa no es el territorio
La expresión que usaron nuestros amigos turistas lleva implícita una idea: algo lejano, incómodo, desconocido, sin servicios. Pero para quienes viven en ese lugar “lejano”, su casa no está al margen: es el centro. Todo depende del punto de vista. Galicia está llena de pueblos con apenas una docena de casas, pero con más historia, cultura y vida que muchas capitales.
El verdadero problema no es la distancia, sino la mirada urbana que convierte lo rural en decorado. Se espera que el rural sea accesible pero aislado, pintoresco pero funcional, salvaje pero con WiFi de 300 Mbps. Se busca aventura… con instrucciones, garantía de devolución y cancelación gratuita.
El rural gallego no compite con lo urbano. Es otro mundo. Uno que no necesita ser traducido ni suavizado, sino comprendido y respetado.
Y esa mirada tiene consecuencias: muchos alojamientos rurales, en su intento de complacer estas expectativas externas, han comenzado a suavizar su identidad, a traducirse a un lenguaje que no les pertenece. Con ello, se pierden oficios, modos de vida, formas de hospitalidad que son patrimonio inmaterial del rural gallego. Y eso no debería pasar. Porque cuando el turismo borra lo auténtico en lugar de protegerlo, no solo se empobrece la experiencia… también se pierde historia, memoria y cultura.
Y es que el rural no es una postal estática. Es un lugar que vive, cambia, respira a su ritmo. Y precisamente por eso, nos transforma: cuando salimos del centro del mundo que nos hemos inventado.
¿Qué espera la gente del turismo rural en Galicia?
Algunas personas reservan una casa rural pensando en un hotel con flores secas. O en un spa con gallinas silenciadas. Pero cuando se topan con una pista de tierra, sin cobertura, o el canto de un gallo a las seis, se sienten decepcionadas. Porque, en el fondo, no buscaban rural, sino un resort camuflado en madera y piedra.
Desde GranRURAL lo decimos claro: el turismo rural gallego no está hecho para parecer rural, está hecho para serlo. Eso implica curvas, caminos de tierra, horarios que dependen del sol, y anfitriones que valoran más una buena conversación que una app de reservas.
Y además, ofrece algo que un hotel nunca podrá simular: la oportunidad de aprender a hacer pan con leña, injertar un frutal, seguir huellas en el bosque, o sumarse a un taller de cerámica con vecinas que llevan décadas amasando historias y arcilla. Aquí, alojarte es solo el inicio; lo importante es todo lo que puedes hacer una vez sales por la puerta.
El rural no es para todos… y eso está bien
No pasa nada si no te gusta el campo. Lo problemático es idealizarlo o exigirle lo que no es. Porque eso fuerza a las casas rurales a dejar de ser rurales para encajar en un molde que no les pertenece.
Cuando se dice “esto está en el culo del mundo”, se está negando el valor de lo periférico. Y se olvida que la lejanía a veces es justo lo que necesitamos: oscuridad para ver las estrellas, silencio para oír lo esencial, lentitud para encontrarse.
El mapa del tesoro está en la periferia
¿Sabías que muchas de las mejores rutas gastronómicas, patrimoniales y naturales de Galicia están en lugares que Google Maps no destaca? Ahí, en las esquinas del mapa turístico clásico, se esconden historias, sabores y paisajes que no caben en un folleto. Pero para descubrirlos hay que aceptar el viaje como parte de la experiencia. Perderse un poco. Preguntar. Dejar el coche y caminar. Confiar.
Y eso no es un fallo del rural. Es su mayor virtud.
¿Viajas para llegar o para transformarte?
La próxima vez que alguien diga “esto está en el culo del mundo”, tal vez sea mejor responder con una pregunta: ¿y tú, desde dónde vienes? Porque tal vez, al alejarse de lo que conoce, no esté llegando a un sitio perdido, sino acercándose a lo esencial. A algo que no sabía que necesitaba: tiempo, silencio, paisaje, humanidad.
Lo rural te espera con manos que enseñan, con oficios vivos, con caminos que no están en el GPS pero sí en la memoria colectiva. Y eso, sinceramente, no lo ofrece ningún hotel de cinco estrellas en el centro de una ciudad.
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