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Cuando se va la luz, volvemos a vernos

¿Puede el rural gallego protegernos de la dependencia energética?


El cambio climático, un ciberataque, una tormenta solar, dicen. Un fallo masivo, añaden. Lo cierto es que ayer se fue la luz. No solo en Galicia. También en Portugal y en media Europa. Y con ese apagón, se apagó algo más: el modo tecnológico.


Logo Cuando se va la luz

Viví algo similar cuando emigré a Ecuador, allá por finales de 2008. Mis equipos informáticos llegaron tarde, retenidos en aduanas, y cuando por fin los tuve, el país vivía racionamientos eléctricos por sequía. ¡Ocho horas al día sin energía durante tres meses! Pasé medio año sin poder trabajar y la situación se volvía crítica. ¿La solución? Potenciar la creatividad y no desesperarse. Así nació el proyecto “Cuando se va la luz”, una invitación a imaginar cómo sería un mundo sin electricidad: cocinábamos sin vitro, escribíamos a mano, hablábamos en lugar de enviar mensajes y creábamos arte como método de cohesión social. Volver a lo manual, a lo hecho con calma. A una forma rudimentaria —pero profundamente humana— de vivir.


dibujo de cinco cabezas conectadas a un cable. Cuatro de ellas están enchufadas a una toma de corriente, pero sobre sus cabezas las bombillas de ideas están apagadas. La que está desconectada es la única que tiene ideas brillando.

De ese proyecto nacieron muchas semillas: KopfV2 (peluquería arquitectónica orgánica), Noite Creative Home Hotel (primer hotel creativo del país), ETO (gastronomía creativa), y muchas iniciativas de educación y asesoría emprendedora.

Lo de ayer fue un recordatorio. Salí con mi hijo a comprar pan, a probar suerte. No funcionaban los ordenadores, ni los teléfonos, ni siquiera los datáfonos. Las tiendas empezaban a cerrar ante la imposibilidad de atender. Pero sí había conversaciones, risas, y personas.


O Milladoiro, esta mini ciudad en la que resido, se transformó durante unas horas. Y es que el resto de los días, funciona en modo automático: prisa, pantallas, silencio entre personas. Gente cruzando calles sin levantar la vista del móvil. Parques vacíos de niños que, quizás, están enclaustrados frente a una consola. Pero ayer no. Ayer los parques se llenaron. Las calles se llenaron de palabras. La gente, por un momento, volvió a ser tribu. No era el fin del mundo. Era un reinicio. Como sucede cada día en el rural.


¿Cuando se va la luz en el rural?


Y pienso: el rural gallego ya vive ese otro ritmo. Donde el pan no necesita código QR, donde se cocina con leña, y donde aún nos saludamos al cruzarnos. El rural es una resistencia silenciosa frente a la dependencia energética total. Y quizá, un modelo de futuro… si sabemos mirarlo.


¿Y si en vez de temer la oscuridad, nos entrenamos para abrazarla, cuando se va la luz?



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